Políticas

30/11/2023

Ajmechet no puede presidir la Comisión de Libertad de Expresión de Diputados

Romina Del Plá cruzó a la diputada del PRO defendiendo a quienes apoyan la lucha del pueblo palestino.

Sabrina Ajmechet.

La diputada del PRO, Sabrina Ajmechet, se embarcó en una campaña reaccionaria cuyo objetivo es censurar a aquellos que se pronuncian contra la política de limpieza étnica que el Estado de Israel desenvuelve contra el pueblo palestino. Ha llegado a presentar un proyecto en Diputados para que el Congreso prohíba la realización de actividades políticas como la audiencia en apoyo a las masas palestinas que tuvo lugar este lunes 27 de noviembre. Ajmechet preside la Comisión de Libertad de Expresión.

Romina Del Plá, dirigente y diputada nacional del Partido Obrero, criticó duramente el proyecto de Ajmechet, denunciando que alguien como ella no puede presidir una comisión que se supone debería defender la libertad de expresión. “Tendría que escuchar la audiencia ¡rebalsada! de personalidades de DD.HH. y organizaciones que denunciaron el genocidio del Estado de Israel”, dijo a través de su cuenta de X. La congresista del PRO citó el post de Del Plá y reafirmó su voluntad de promover una política persecutoria y antipalestina; y defendió su posición sacando a relucir una serie de argumentos en extremo capciosos.

Ajmechet, en sintonía con la política internacional del sionismo, desarrolló su posición política partiendo de colocar un signo igual entre antisionismo y antisemitismo. Como en Argentina el antisemitismo es un delito, dice, el antisionismo también debería serlo. Los gobiernos israelíes relacionan ambos conceptos para confundir y atacar las críticas hacia sus políticas. Antisemitismo y antisionismo son dos cosas absolutamente distintas, tanto en forma como en contenido.

El antisionismo es el rechazo a la orientación del Estado de Israel, cuya matriz política es el exterminio del pueblo palestino. Incluso existen muchísimos trabajadores y jóvenes de la comunidad judía que se reivindican como antisionistas; de hecho, antes de la creación del Estado de Israel en 1948, había activistas judíos que rechazaban la idea de que los problemas históricos de su pueblo iban a encontrar una salida a través de la creación de un Estado propio.

Si se clarifica esto, la postura de Ajmechet adquiere otra forma; se revela como un intento por reforzar los ataques del Estado capitalista contra la libertad de expresión –y contra quienes apoyan la rebelión de los oprimidos contra sus opresores. Si se aplicara lo que quiere, todo aquel que denuncie la política sionista (el genocidio, la limpieza étnica, el apartheid, los crímenes de guerra) sería susceptible de ser judicializado o encarcelado.

Ajmechet, asimismo, presenta a los sectores que rechazan la política sionista como un factor reaccionario, pues supuestamente se estarían oponiendo a la existencia de “la única democracia de la región” y del “único país de Medio Oriente en el que las mujeres y el colectivo LGBTI tienen derechos y pueden vivir libremente”. Nada más alejado de la realidad.

Generalmente, quienes sostienen lo primero arguyen que en Israel se desarrollan elecciones de manera regular, etc. Es una visión completamente unilateral. ¿Se puede llamar democracia a un régimen que ocupa los territorios de un pueblo masacrando y expulsando a sus habitantes? ¿Se puede llamar democracia a un régimen que aplica una política de apartheid? ¿Se puede catalogar como democrático a un Estado que se define como judío cuando un 20% de los ciudadanos israelíes son de origen árabe? Los Ajmechet del mundo tienen una concepción muy particular de la democracia.

Israel ha matado, desde el 7 de octubre (día en el que se desata el conflicto en curso), a más de 15 mil palestinos, entre ellos más de 6 mil menores de edad. Ha cortado el suministro de agua, de combustible y de medicamentos a Gaza, provocando una verdadera catástrofe social. Las fuerzas represivas sionistas les rompen los huesos a los niños palestinos antes de encerrarlos en algunas de las cárceles israelíes, que son centros de tortura. En Cisjordania prima un sistema de apartheid, los palestinos deben pedirle permiso a los soldados sionistas para pasar de un lugar a otro, hay más de 170 puestos de control y se ha establecido un régimen de vigilancia biométrica-militar; los colonos israelíes expulsan a los palestinos cisjordanos de sus tierras para radicarse allí. Los propios árabes que viven en el territorio israelí son ciudadanos de segunda; por ejemplo, el gasto per cápita en educación entre ciudadanos israelíes y árabes es discriminatorio –en detrimento de los segundos.

¿Acaso son estos elementos distintos factores que hacen a la existencia de una democracia que respeta las “libertades”? Evidentemente no. Israel ha establecido un régimen segregacionista, de masacre y de opresión brutal contra la población palestina. Ajmechet acusa de antisemitas a quienes denuncian este estado de cosas, ocultando que el Estado de Israel ha adoptado los métodos del fascismo. ¿O no fueron los nazis los que implementaron un régimen de apartheid, de exterminio y de terror contra la población judía? No sorprende entonces que los fascistas contemporáneos (Vox, Trump, Le Pen, Hermanos de Italia, etc.) apoyen al Estado de Israel. Ni que el gobierno sionista tenga relaciones con los nazis ucranianos del Batallón Azov. La fuerza a la que pertenece Ajmechet, el PRO, formará parte del gabinete de Milei, quien cobija elementos nazis en su coalición política.

Ajmechet sostiene que Israel es un sinónimo de progreso (“la única democracia de Medio Oriente”), contraponiéndolo a las sociedades árabes, que según se desprende de su visión de las cosas serían sinónimos de atraso y barbarie. Lo que omite señalar es que en Israel, además de lo mencionado anteriormente, viene creciendo la influencia política de partidos ultraortodoxos de derecha. El gobierno de Netanyahu, del partido Likud, forma parte de una coalición repleta de partidos oscurantistas. Uno de los dirigentes de Noam, organización integrante del elenco oficial, dijo hace poco que la marcha anual del orgullo LGBT en Jerusalén es una “abominación extrema”. Este personaje tiene la potestad gubernamental de revisar programas educativos sobre temas como igualdad de género o lengua árabe.

Decir que en Israel las mujeres y el colectivo LGBTI tienen derechos y pueden vivir libremente es algo muy antojadizo. El oscurantismo es la negación (o la negación en estado de tentativa) de esos derechos. Además, desde que asumió el gobierno ultra de Netanyahu se suspendió la ley que iba a permitir monitorear a las víctimas de violencia machista, se desmontó la unidad destinada a atender las desigualdades en planos como el laboral y el educativo y se ha atacado la lucha del movimiento de mujeres. Y en este terreno también impera la lógica del apartheid: entre enero de 2020 y agosto de 2022, “la policía no llegó a resolver el 58% de los 40 femicidios cometidos contra mujeres palestinas durante ese periodo, mientras que sí se resolvieron los 29 femicidios de mujeres israelíes judías cometidos entre las mismas fechas” (datos de Amnistía Internacional).

El sionismo y sus lacayos locales tratarán de tergiversar la realidad hasta el último momento, atacando a quienes critiquen su política (ya han avanzado en persecuciones judiciales, como la que está sufriendo Vanina Biasi), con el objetivo de justificar el exterminio de un pueblo y la supremacía sionista. La tarea de los revolucionarios es dar una fuerte lucha política para sustraer al pueblo trabajador judío de la influencia del sionismo y para atraer a nuevas camadas de obreros y jóvenes a la lucha por la victoria de la causa palestina así como también por terminar con toda forma de opresión y explotación.

El Partido Obrero defiende el derecho de los pueblos a levantarse contra el orden social vigente. Y sus militantes seguirán movilizándose e interviniendo en la arena política para apoyar la lucha del pueblo palestino.

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