Juventud
8/1/2021
¿Qué nos quieren decir (y que no) cuando nos hablan de “juventud irresponsable”?
El gobierno nacional, los mandatarios distritales y los medios le echan la culpa a los “sub 30” por el aumento de los contagios.
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El lunes pasado el presidente Alberto Fernández apuntó en sus declaraciones desde la Quinta de Olivos a les jóvenes que no “advierten el riesgo” y “tienen que entender que son vectores de la transmisión del contagio”. El presidente remarcó el concepto de “responsabilidad social” que debe tener este sector frente al avance del virus. En esa misma sintonía, Fernán Quiroz, ministro de Salud de CABA (Cambiemos), afirmó días atrás que “las segundas olas en todo el mundo han iniciado por la interacción social, sobre todo la de los más jóvenes”.
Las dos frases, provenientes del espacio político gobernante y del principal partido opositor, están acompañadas con discursos mediáticos y un bombardeo de imágenes permanentes que inducen la culpa a la gente más joven del alza en los contagios de Covid-19 de las últimas semanas. El régimen político cierra grietas con una campaña contra los “sub 30”. ¿Qué nos quieren decir cuando nos hablan de “juventud irresponsable”?
Olor a chivo
Explicar el aumento de los casos positivos a partir de fotos de fiestas clandestinas o de hacer foco en aglomeraciones juveniles no es más que una forma cómoda del gobierno nacional y los ejecutivos provinciales de eximirse de las responsabilidades por la suba de contagios.
Alberto Fernández y los mandatarios regionales hablan de les jóvenes para no indagar en cómo los protocolos en los lugares de trabajo son sistemáticamente boicoteados por las patronales que defienden sus ganancias por sobre la salud, para no discutir públicamente las aglomeraciones en los medios de transporte todas las mañanas (casi una fiesta clandestina por día en los trenes, en las combinaciones de subtes) o para no poner en duda la falta de testeos en los barrios y todos los lugares del país.
El gobierno nacional mostró con bombos y platillos la llegada de 300.000 dosis de la Sputnik V pero no tiene ni plan de vacunación ni tampoco plantea las medidas necesarias para combatir la “segunda ola” mientras no haya “inmunización”.
Las restricciones a la circulación (necesarias para afrontar la situación) no son llevadas adelante pero no por la actividad nocturna de la juventud sino porque eso implicaría un choque directo con las patronales que el gobierno no quiere desarrollar. También conllevaría una política de recursos que se da de patadas con el plan de “austeridad” que pide el FMI para llegar a un arreglo. El hartazgo no tiene que ver con las ganas de salir a bailar sino con una clase trabajadora que tiene al menos un 40% del trabajo precarizado (la juventud es un porcentaje muy significativo del mismo) que, con una cuarentena sin recursos y con el aval de la patronal para hacer lo que quiera, termina en un ataque directo y brutal a esa parte de la población.
La represión pasada, presente y futura, también aparece como algo a justificar. No es casual que haya sido Berni quien contrapuso su discurso romántico de la dictadura y la Guerra de Malvinas con “la juventud que piensa en ir a bailar”. No había fiestas clandestinas en el centro de la escena cuando se llevó adelante la desaparición seguida de asesinato de Facundo Castro o en la brutal represión en Guernica, con detenciones posteriores incluidas.
La campaña de estigmatización sobre las personas de más corta edad busca correr el eje de las responsabilidades políticas por el aumento en la curva de contagios y para justificar las represiones o “aleccionamientos”. El discurso tiene olor a chivo. Expiatorio.
¿De qué juventud hablan?
Las “preocupaciones” por la franja etaria de entre 15 y 30 años son absolutamente selectivas. Analizar qué juventud está en el centro de la escena mediática y cuál no implica indagar sobre políticas concretas. Lo que se dice es importante. Lo que no, a veces, más.
El gobierno y los medios hacen eje en las salidas de noche de les jóvenes. Ahora, ¿cuánta preocupación muestran por la juventud que en un 60% trabaja (si es que lo consigue hacer) de forma precarizada y a la que la quita del IFE en beneficio de los planes del FMI le implica un golpazo? ¿Acaso ha habido tanto debate público sobre les jóvenes que no han podido estudiar por falta de computadoras o sobre el fallo del Tribunal Superior de Justicia de CABA que exime a Rodríguez Larreta en la otorgación de vacantes educativas? ¿O sobre el congelamiento de las becas nacionales (como la Progresar) y su incidencia en la enorme deserción estudiantil en la Universidad?
¿Qué porcentaje del debate público en los medios de comunicación tienen las dificultades de la juventud para acceder a una vivienda o para sostener el alquiler y cómo el gobierno nacional y los provinciales no han priorizado eso sino los intereses del capital inmobiliario como ocurrió en Guernica? ¿Por qué el presidente no le dedica más tiempo a hablar de las “interacciones juveniles” que sobre la megaminería y los incendios forestales que dejan en el mediano y largo plazo un ambiente destrozado para la juventud de esta generación?
La lista de interrogantes podría continuar. Pero las prioridades son claras. Dime de qué hablas y de qué no y te diré qué intereses defiendes.
Pasado y utopía
Este tipo de discursos, hoy presentes en tiempos pandémicos, son bastante comunes y frecuentes. Hoy sirven para justificar la suba de contagios pero siempre apuntan a “explicar” las “fallas” sociales. La juventud no suele aparecer en el debate público con impronta creadora y luchadora, sino más bien como un elemento deteriorado del presente que la muestra con grados de descomposición, malos comportamientos, etc.
Los defensores del régimen siempre utilizan a la juventud para conjeturar sobre los males del presente. Bajo esa lógica, todo tiempo pasado sería mejor y el problema de la pobreza no estaría asociado a la falta de empleo y el deterioro salarial sino a que esta generación “ha perdido la cultura del trabajo” o los problemas de enseñanza y formación no estarían vinculados a las dificultades para acceder a una educación cada vez más privatizada sino a que los sub 30 ya no son “educados” como antes.
Estos análisis cumplen una función política concreta: la clase dominante de un período histórico busca justificar la decadencia del sistema imperante estigmatizando culturalmente a la juventud para esconder el deterioro incalculable de la bancarrota capitalista y sus efectos devastadores sobre las masas.
La juventud no puede tener la culpa de un sistema que por definición no tiene nada que ofrecerle. Por eso serán las nuevas generaciones las que deben alzarse contra éste.
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